Los cuatro ejes del
pensamiento
El pensamiento se basa en cuatro ejes:
La intención
Un pensador debe ser capaz de modificar su pensamiento
voluntariamente. Para ello es preciso ser capaz de dirigir el pensamiento hacia
cualquier materia o cualquier aspecto concreto dentro de un tema.
Esto no implica que mientras se modifica deliberadamente
el pensamiento uno no lo utilice de manera activa. Existen algunos aspectos
generales del pensamiento que deben regir de manera permanente
Lo que se pretende destacar con esta cualidad es la
capacidad para controlar el pensamiento conforme a la voluntad.
La concentración
Un pensamiento poco entrenado normalmente es disperso y
tiende a saltar de una idea a otra aleatoriamente.
Esto conduce inevitablemente a la ineficacia. Este tipo
de pensamiento muchas veces sólo consigue concentrarse cuando se enfrentan a
otra mente pensante.
Alcanzar una buena
concentración es de las cuestiones más difíciles de lograr cuando se está
entrenando el desarrollo del pensamiento creativo y productivo. La mente tiene
una tendencia natural a deambular por todos los rincones que va encontrando y
explorar nuevas ideas. Hay un hueco especial para este tipo de pensamiento,
especialmente en el pensamiento creativo, pero en cualquier caso no debe ser la
fórmula principal que gobierne la facultad del pensamiento.
En las mentes desacostumbradas a la concentración suele
ocurrir que una idea conecta con algún tipo de emoción que condiciona la forma
en que se examina la idea desde ese momento en adelante.
La confianza
El pensamiento debe actuar con seguridad. Cualquier
habilidad funciona mejor cuando se pone en práctica con confianza, sea de la
naturaleza que sea. Sin embargo, hay que prestar especial atención a este rasgo
del pensamiento porque existe una notable diferencia entre tener confianza en
uno mismo y ser arrogante.
Estar seguro de que uno tiene razón, o confiar en que la
idea propia es mejor que la de los demás, o pensar que no existen más
alternativas a que las que uno ha contemplado son todas formas de pensamiento
arrogante. La arrogancia es la mayor enemiga del pensamiento, porque termina
con él.
Acaba con la duda y la crítica y se termina el proceso.
Un pensador confiado no tiene por qué ser necesariamente brillante; de hecho,
la confianza no tiene nada que ver con la perspicacia. Puede ocurrir que
alguien conozca sus limitaciones y, por eso, ponga en práctica su pensamiento
con cautela, con plena consciencia de dónde debe hacer un énfasis especial. En
esas condiciones, es muy probable que obtenga mejores resultados que un
pensador brillante pero arrogante.
Un pensador confiado no necesita demostrar que él tiene
razón y los demás se equivocan.
Este perfil percibe la capacidad para pensar como una habilidad operativa y no como una conquista del ego. El pensador confiado encuentra enriquecedor escuchar a los demás y considera una fuente de aprendizaje aquello que los demás opinan, pues puede encontrar en los pensamientos ajenos ideas que él no haya descubierto.
Este perfil percibe la capacidad para pensar como una habilidad operativa y no como una conquista del ego. El pensador confiado encuentra enriquecedor escuchar a los demás y considera una fuente de aprendizaje aquello que los demás opinan, pues puede encontrar en los pensamientos ajenos ideas que él no haya descubierto.
El placer
Si uno sólo acude a la facultad de pensar cuando se
encuentra ante un problema difícil de solucionar es muy posible que no pueda
asociar el pensamiento a situaciones agradables y, por tanto, le resulte una
actividad molesta.
Disfrutar del pensamiento no significa necesariamente
ocupar el tiempo libre construyendo puzles.
Se trata de ser capaz de pensar en cuestiones variadas e
involucrarse en ellas.
A veces se producen discusiones aburridas en las que cada
parte insiste en hacer prevalecer su opinión. Otras veces se dan diálogos
interesantes en los que los participantes exploran la materia que se discute y,
al término de la conversación, todos tienen ideas nuevas que han ido
adquiriendo durante el coloquio.
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